13 de agosto de 2010

The Smiths - Strangeways... Here We Come (1987)

Texto publicado originalmente en la revista online Spazz



Tras la publicación del monumental The Queen Is Dead, que según la sentencia popular representa la indiscutible cumbre musical del conjunto de Manchester, los talentos aunados de Morrissey y Marr se dispusieron a componer y grabar el álbum que luego proclamarían, en claro desapego de todas las normas aceptadas de demagogia, su verdadero momento definitorio, el trabajo donde todas las fuerzas compositivas, líricas e interpretativas de los Smiths se funden en una visión común y dan forma a una obra de arte inmaculada, de carácter excepcional, de esas que están destinadas a perdurar en la memoria de los hombres por siglos, mientras exista en sus corazones el recuerdo y el amor por la música. O al menos, a que no se las olvide en cuanto desaparezcan del top 10 de Billboard..

¿Es justificada esta pretensión? ¿Logra efectivamente Strangeways, Here We Come, el álbum resultante de ese último esfuerzo discográfico del grupo, colmar las expectativas despertadas por una banda que procuraba enriquecer su estilo con más matices que nunca, experimentar con nuevos sonidos y relieves y así superar a su disco más aclamado hasta la fecha? Los pareceres son encontrados. Hay quienes asienten y opinan que, ciertamente, el disco que sería inesperadamente el último de la breve carrera de la banda constituye su mejor momento y una obra maestra extraordinaria de la talla de, por ejemplo, los mejores trabajos de Orchestral Manoeuvres in the Dark. Para otros, en cambio, Strangeways resulta evidencia palmaria del estado de tensión en que se encontraba el grupo en ese momento, y ofrece una calidad inferior a la de los tres álbumes anteriores, convirtiéndose así en el disco “flojo” del conjunto. Otros, gente reflexiva y mesurada (algunos dirían “pusilánime”: yo prefiero conservar aún ciertos rastros de urbanidad léxica), se ubican en un punto medio y lo consideran un interesante, si no esencial, aporte al legado smithsoniano. Hay todavía otros, que en su vida escucharon el disco y creen que "Bigmouth Strikes Again" es la secuela de la aclamada película erótica Deep Throat. Pero no corresponde a nosotros ocuparnos de tan anodina población.

El autor no es amigo de plasmar sus opiniones y pasiones en sus escritos, dedicado como está a la objetividad pura y la búsqueda incansable de la verdad científica. De modo que repasará detalladamente los méritos y vicios objetivos y empíricamente irrefutables que pueden encontrarse en el trabajo discográfico que hoy lo ocupa. Comenzará por destacar especialmente la sorprendente variedad que se encuentra en las canciones, que por otro lado están hiladas de tal modo que componen una entretenida seguidilla donde cada pieza no tiene mucho que ver con la que le sigue y la que la precede, pero que pese a todo coexiste con ellas en algún tipo de unidad coherente. A los ejemplos me remito: el espectral pop con aroma music-hall de “A Rush and a Push and the Land Is Ours” (con una gloriosa interpretación vocal de Morrissey, que pasa del susurro al gruñido o a una suplicante melancolía en cuestión de segundos) no guardará gran relación con la eufórica distorsión de “I Started Something I Couldn't Finish”, ni ésta con la oscura y perturbadora “Death of a Disco Dancer”, que puede vanagloriarse de unos de los mejores finales en una canción de los Smiths, con una progresión instrumental sencilla, casi idiota, que logra sin embargo poner los pelos de punta a más de uno (literalmente: cuento con información estadística confiable, y este fenómeno ha sido verificado en al menos dos personas), y así sucesivamente, pero aun así la transición entre una y otra se escucha siempre natural y fluyente, nunca forzada ni... ¿influyente?. En fin, ya saben a qué me refiero... las canciones suenan bastante bien todas juntitas.

En un recuento de los mejores temas, imposible olvidar la inolvidable melodía de “Stop Me If You Think You've Heard This One Before”, el trágico y sumamente emotivo desarrollo de “Last Night I Dreamt That Somebody Love Me” (en una palabra, la “I Know It's Over” del disco) y el cierre, de una belleza frágil y casi inverosímil, de la mano de la fugaz “I Won't Share You”. “Paint a Vulgar Picture”, por su parte, cuenta con una inteligente letra que ironiza sobre las innumerables reediciones de canciones que fraguan las compañías discográficas en generoso interés del arte y la difusión de la cultura, además de uno de los mejores solos de guitarra de Marr con la banda, y “Girlfriend in a Coma” es un pegadizo single cuya agria letra contrasta con una base musical alegre y despreocupada. “Unhappy Birthday” y “Death at One's Elbow”, finalmente, son los números que menos destacan, pero ambos son competentes y agradables y no desentonan entre las excelentes canciones que las rodean.

Cuando no quedan más cosas por decir, lo razonable es cortar por lo sano y detener el flujo de la expresión antes de que comiencen a dejarse ver las palabras superfluas. En este caso, sólo resta dejar aquí asentada la absoluta y categórica genialidad de Strangeways, Here We Come. Distinto a sus predecesores, pero conservando la identidad de la banda intacta; heterogéneo y caótico, pero sólido y cohesivo, mordaz y exultante, luminoso y profundo, maduro y sombrío, el último álbum de estudio de los Smiths representa la cuarta prueba irrebatible de la grandeza e importancia del conjunto inglés. Ya ven, humano soy, y como tal soy también pasible de ceder en casos que lo ameritan a los ciegos y anticientíficos impulsos de la pasión. Éste es uno de esos casos: no me queda, pues, sino alinearme decidido junto a los amantes declarados del inmenso Strangeways.